El día en el que una extranjera visitó a un vecino japonés (Journal.1)

¡Nueva sección!

Hoy inauguramos una sección en el Blog donde expondremos algunas anécdotas de nuestro tiempo viviendo en Japón. La mayoría están relacionadas con el famoso concepto del “choque cultural” que por mucho que investiguemos antes de aterrizar en cualquier país, acabamos encontrándonos con él. Sí o sí.
Especialmente en la cultura del día a día, en los saludos, en las maneras de expresarse, en las maneras de dar cosas “sobre-entendidas”… lo normal es o no entender que está pasando, o ponerse en puro ridículo sin darse cuenta, ¡pero no temáis! La mayoría de veces tiene todo un final feliz, unas risas e historias para recordad, y que recordad, ¡cagarla es parte del camino también!. Coged las palomitas, un refresco o algo para beber y aseguraos que no os atragantáis en el camino.

Vamos allá…

Primero de todo, dejádme recordaros que en ningún momento hay ninguna pretensión de criticar, o ensalzar de ninguna manera ninguna cultura en específico. No hay ánimo de ofensa, el objetivo de esta sección es y será, ver desde una perspectiva cómica, los problemas, situaciones (graciosas o no) que personalmente hemos vivido allí. Lo que para nosotros es válido o no, no tiene que serlo para tí así que te pido estimado lector/a, que te tomes esto como un producto de entretenimiento y no como un ejemplo. Simplemente es otra manera de que vivas la cultura japonesa, a través de la experiencia de otros aunque siempre siempre siempre, te recomendaremos que te plantees a embarcarte en ese viaje por tí mismo/a!

Para los nombres de los personajes que apareceran en esta anécdota, utilizaremos pseudónimos para proteger nuestras identidades y las de las personas implicadas. En ningún momento se utilizará o revelará información personal de ninguno/a de los implicados/as, lógicamente tampoco nada que indique ni deje entrever nada sobre las direcciones físicas donde han vivido o siguen viviendo, es posible también que haya partes elididas y/o modificadas para preservar la idendidad de los implicad@s. Vamos a llamarlo pues, una historia basada en hechos reales. Gracias por vuestra comprensión.

Dicho esto… Ahora sí, ¡Vamos a allá!

Durante los primeros días de adaptación todo fue una locura. Estamos hablando de llegar a Tokyo y ser una neófita en esto de ser expatriada (en el buen sentido). Moverse aquí y allá, sola, papeles arriba y abajo, contratos de alquiler, de academia… no os podéis imaginar que nivel de locura y estrés que eso implica. Y sí, todo eso en un idioma en el que todavía no era más que una usuaria poco más que inicial (En ese momento debería rondar el N4 approx.). Pero esto va de vecinos… Así que si queréis alguna anécdota sobre burocrácia, también tenemos algo guardado por ahí.

Una de las cosas que más me sorprendió (aunque ya había leído sobre ello), es el protocolo doméstico, de calle, de barrio cuando uno acaba de mudarse a una zona nueva. Llevaba todavía algunos víveres de casa y cogí algunos y organice unos pocos “packs de bienvenida”. Fui al portal de mi izquierda, piqué y no contestó nadie. Y volví después de esta historia varias veces pero nunca abrieron, creo que nunca hubo nadie viviendo allí.

Fui enfrente y piqué. Adivinad… ¡Coooooorrecto! No había nadie. A la tarde/noche volví y esta vez abrieron una pareja joven, la chica era occidental y el chico tenía facciones asiáticas, pero como no sabía muy bien si se lo tomarían mal el cambiar al inglés, decidí seguir con el japonés. Y me contestaron en japonés, naturalmente. Creo que ambos eran extranjeros, por que no entendieron muy bien por que llamaba a la puerta regalando un paquete de galletas Cu**tara (lo censuro para evitar promocionar marca alguna, aunque imagino que ya habéis adivinado de que galletas hablo) y un pack de pañuelos de papel con olor a aloe vera (vale, os parecerá estúpido pero en Japón, regalar pañuelos es lo más normal del mundo. Y también incluyo papel higiénico… Y la verdad, mejor eso a que os regalen “pongos”, ¿no?).

Y después tocó el de la derecha… Que es el protagonista de la historia. Vamos a llamarle señor Tanaka.
¿Sabéis lo que es una guerra vecinal? Pues eso. No, no al estilo español, no al estilo Aquí no hay quien viva, al estilo japonés. Vale… ¿Qué es eso?

¿Recordáis lo que os comentaba acerca de los “packs de bienvenida” (aunque la bienvenida la tiene que dar quien ya está viviendo allí, ¿no?)? Vale, galletas (no nombro de nuevo la marca) y los pañuelos. Vale.

Pico al timbre y el señor Tanaka abre, debería ser un señor de unos cincuenta-largos, pelo prácticamente blanco, ropa casual y unas facciones duras, severas, como de… ¿Qué demonios quieres?

*Voy a reproducir ciertas partes de la historia o diálogos de una manera más exagerada o cómica por que es como lo sentí en ese momento, no os voy a engañar.

– Hola, me llamo Júlia, soy la nueva vecina del número 311. Venía a saludarle y a traerle unos detalles de mi país. – recuerdo el momento ese de risa nerviosa por que no sabía que más decir.

– Hola. -dijo seco el hombre.

Hice el ademán de acercarle el presente y él como que no respondía intentando cogerlo. Empecé a pensar que no me había presenteado correctamente pero recuerdo que a ese nivel, si llegaba.
Entonces, el hombre se apartó y me invitó a pasar, yo educadamente me negué dándole la excusa de que tenía que ir a la academia (de hecho tenía que ir, pero más tarde, a llevar unos papeles y después había quedado con un amigo para ir a comprar una sim para el teléfono). Como vio que no iba a entrar, aceptó el “pack de bienvenida”, me saludó (lo que llamamos la referencia), murmuró un “gracias/si necesitas algo dímelo” a lo japonés y cerró la puerta.

El día siguió su curso, me fui a hacer mis recados, etc. Y al volver me encontré una bolsa de plástico de una tienda de conveniencia con dos cartones de leche de una marca muy famosa y unos cacahuetes con wasabi (un snack que suele acompañar la cerveza).
Ya había escuchado que a veces, los vecinos, se enzarzaban en una especie de guerra de regalos que nunca acababa y que nadie quería poner empeño hacerlo, por “no quedar mal”. Yo lo dejé estar y di el intercambio por terminado (por cierto, la leche, riquísima).

Al cabo de unos días, me encontré una caja de galletas de plátano (muy famosas en Tokyo, en las tiendas de souvenirs) y no sabía de quién era (sí del señor Tanaka o de otro vecino). Entonces utilicé la excusa del primer terremoto que sentí viviendo allí y fuí a visitarlo para saber si estaba bien (fue un poco fuerte) y de paso le regale (“por las molestias”) unas botellas mini de condimentos (de vinagre de arroz y mirin) que había comprado en un todo a cien. Adivinad. Pues no había sido el señor Tanaka, y a día de hoy, aún no se quién fue. Pero claro, ahora imaginad el punto de vista del señor Tanaka. Ahora él tenía que dar otro detalle.

Bingo. Y los regalos eran muy raros. Trajo unas trampas de cucarachas y una botella de té de trigo. (A ver lo de las cucarachas suena raro pero es muy sencillo: Japón está plagado de cucharachas. Los bichos digo.)
Ahora qué. Otro regalo. Ya me había metido de lleno en la guerra.

Durante un tiempo, fuimos intercanviando cosas muy absurdas y un día de golpe y porrazo paró. Imagino que en todas partes es igual. Hasta que vino otro vecino a presentarse a mi piso diciendo que vivía en el piso del señor Tanaka. Que el señor Tanaka se había mudado. Y ese… si que fue tremendo. Recordadme que brevemente os cuente la historia del vecino que se levanta temprano y le molestaba mi campanilla de viento, pero sólo la mía. Las de las demás casas no, tampoco le molestó la bronca del matrimonio que acabó en una maleta volando por la ventana ni la del chaval que jugaba al Fornite hasta las tantas y chillaba como un desquiciado.

Realmente no es que fuera un problema, ni una bronca, ni siquiera una guerra, pero son de esas experiencias que te dejan patidifuso. ¡Qué lastima que el señor Tanaka se fuera! ¿Creéis que se marchó por culpa de la guerra de los regalos?

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